TIEMPOS SALVAJES, por PIER PAOLO PASOLINI
Pier Paolo Pasolini nació el 5 de marzo de 1922 en Bolonia, Italia, y su vida y obra encarnan como pocas una tensión constante entre belleza y tragedia, lucidez y conflicto. Hijo de un oficial del ejército y de una maestra profundamente católica, desde muy joven mostró una sensibilidad inusual hacia la literatura, el arte y los lenguajes del pueblo. Su infancia y adolescencia transcurrieron en medio del ascenso del fascismo, lo que dejó una huella indeleble en su conciencia política y estética. Estudió Letras en la Universidad de Bolonia, y durante aquellos años se apasionó por la poesía en lengua friulana, una decisión que ya dejaba entrever su voluntad de rescatar lo marginal, lo excluido, lo que el discurso oficial ignoraba.
Su trayectoria como poeta, novelista, cineasta y ensayista no fue solo brillante, sino también profundamente incómoda. A Pasolini no le interesaban los elogios fáciles ni los pactos con el poder. Denunció con igual fuerza al fascismo y al nuevo orden burgués que, tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaba a uniformar culturalmente a la sociedad italiana bajo los valores del consumo y la televisión. Fue un marxista atípico, profundamente crítico tanto de la derecha como de la izquierda oficial, y un cristiano heterodoxo, escandaloso para los dogmas pero dotado de una intensa espiritualidad. Su homosexualidad declarada en un tiempo de represión le valió persecuciones judiciales, agresiones y censura, pero también convirtió su voz en una de las más valientes y originales del siglo XX europeo. Murió brutalmente asesinado en 1975 en circunstancias aún rodeadas de misterio, pero su obra sigue viva como una antorcha de lucidez crítica y belleza perturbadora.
En Tiempos salvajes, título póstumo que reúne algunos de sus ensayos, artículos y reflexiones políticas más incisivos, Pasolini ejerce de cronista implacable de una Italia en transformación, pero también de visionario que anticipa muchos de los males que hoy azotan al mundo globalizado. La tesis que recorre el libro es tan provocadora como iluminadora: el nuevo fascismo ya no lleva camisa negra ni desfiles militares, sino que viste de modernidad, consumo y espectáculo. Lo que Pasolini denuncia no es una dictadura tradicional, sino una forma más sutil, insidiosa y total de dominación cultural que, bajo el disfraz de la libertad individual, uniformiza conciencias y destruye la pluralidad.
Pasolini observa con alarma cómo la cultura popular tradicional, rica en valores comunitarios y sabiduría ancestral, es arrasada por la televisión, la publicidad y la lógica del mercado. El campesino, el obrero, el joven de los suburbios dejan de hablar su lengua, de contar sus historias, de vivir según sus propios ritmos, para ser seducidos por una modernidad que no les pertenece. El progreso económico, lejos de liberar, impone un nuevo tipo de esclavitud: la del consumidor pasivo, el individuo despolitizado, el espectador sin historia. En este sentido, el autor lanza una crítica feroz al poder, pero también a una izquierda institucional que, en su afán de adaptarse, ha renunciado a cualquier proyecto verdaderamente transformador.
Uno de los aspectos más brillantes de Tiempos salvajes es la forma en que Pasolini enlaza análisis político, intuición poética y testimonio personal. Sus textos están atravesados por la urgencia del que no se resigna, del que ve con claridad lo que otros prefieren ignorar. No se contenta con denunciar: se duele, se indigna, se enfrenta. Y en ese enfrentamiento deja frases que aún hoy conservan una fuerza desconcertante. “El verdadero fascismo es el consumismo”, escribe, señalando cómo el mercado ha logrado lo que ni las armas ni la represión consiguieron: modelar los deseos, los gustos, incluso el lenguaje de las personas. En otra de sus fulgurantes afirmaciones, sostiene: “Ya no hay seres humanos, sólo espectadores.” Aquí anticipa con escalofriante precisión el mundo contemporáneo de pantallas, redes y narcisismo digital, donde la realidad se sustituye por su representación y la experiencia se diluye en imagen.
Una tercera cita merece atención por su potencia y su ambivalencia: “He descubierto que ser escandaloso no significa decir algo que nadie se atreve a decir, sino decir algo que todos saben, pero nadie quiere oír.” Esta frase condensa su visión del intelectual como testigo incómodo, como alguien que no inventa verdades, sino que revela con crudeza lo que ya está ahí, visible, pero silenciado por el consenso y la comodidad. El escándalo, para Pasolini, no es una provocación gratuita, sino una forma de resistencia, un modo de sacudir las conciencias adormecidas.
Tiempos salvajes no es un libro fácil, ni lo pretende. Es una obra que exige del lector atención, sensibilidad y valentía. No ofrece respuestas cerradas, sino preguntas que arden, que inquietan. Es un libro escrito desde una soledad radical —la de quien no encaja en ninguna ortodoxia— pero también desde un amor inmenso por los pobres, los humildes, los que aún conservan una forma de vida no colonizada por el capital. En sus páginas resuena una voz intransigente y dolida, pero también esperanzada. Pasolini no cree en la revolución tecnológica ni en las modas intelectuales, pero sí en la capacidad del ser humano para resistir, para preservar su alma frente a los embates del mercado.
Hoy, cuando las amenazas que él diagnosticó se han hecho casi norma de vida, leer Tiempos salvajes es más necesario que nunca. No solo porque nos ayuda a entender mejor el pasado reciente, sino porque nos da herramientas para pensar críticamente el presente. Pasolini, con su lucidez profética, nos desafía a no conformarnos, a no ceder a la banalidad del mal envuelta en consumo, entretenimiento y confort. Nos recuerda, con palabras que duelen y conmueven, que la verdadera libertad empieza cuando se recupera la capacidad de mirar, de pensar y de decir lo que nadie quiere escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario