LA VERDADERA HISTORIA DEL VALLE DE LOS CAÍDOS, por DANIEL SUEIRO
En el cambiante y a menudo tormentoso panorama de la literatura española del siglo XX, pocas figuras brillan con la intensidad de Daniel Sueiro, un hombre que transformó el periodismo y la narrativa en herramientas para desentrañar las verdades más incómodas de su tiempo. Nacido en 1931 en Rois, una pequeña localidad gallega envuelta en la brisa del Atlántico y el peso de la tradición, Sueiro creció bajo la tutela de un maestro rural, su padre, quien sembró en él una curiosidad insaciable por el mundo y sus historias. La España que lo vio nacer era un país fracturado, aún sangrando por las heridas de la Guerra Civil, y esa fractura se convirtió en el lienzo sobre el que pintaría su obra. Desde sus primeros años en la Universidad de Santiago de Compostela, donde inició estudios de Derecho que pronto abandonó, hasta su traslado a Madrid, donde el periodismo lo atrapó como una fiebre, la vida de Sueiro fue un constante desafío a las convenciones. No era un hombre de salones literarios ni de academias polvorientas; sus aulas fueron las redacciones de Arriba, Pueblo y la Agencia EFE, donde afiló su pluma con la urgencia de quien sabe que las palabras pueden cambiar el rumbo de la historia.
Casado en 1957 con María Cruz Seoane, una historiadora de la prensa que sería su compañera intelectual, Sueiro encontró en el hogar un refugio para sus inquietudes. Su debut literario llegó en 1958 con La rebuscas y otras desgracias, un conjunto de relatos que ya dejaba entrever su compromiso con el realismo social, una corriente que palpitaba en la generación del medio siglo. Pero fue al año siguiente, con Los conspiradores, cuando el reconocimiento llegó como un torrente: el Premio Nacional de Literatura en 1959 lo consagró como una voz imprescindible. Sin embargo, Sueiro no era de los que se conforman con laureles; su espíritu inquieto lo llevó a explorar el cine, la televisión —donde colaboró en programas como La Clave— y, sobre todo, la investigación histórica. Obras como Los verdugos españoles o Historia del franquismo revelaron su talento para desmenuzar los entresijos del poder con una precisión quirúrgica, mientras que su novela Corte de corteza, ganadora del Premio Alfaguara, demostró que también sabía navegar las aguas de la ficción con maestría. Hasta su muerte prematura en 1986, a los 55 años, Sueiro dejó un legado que combina la crudeza del testimonio con la belleza de la palabra, un eco que resuena aún en quienes buscan entender la España del siglo pasado.
Entre sus muchas obras, La verdadera historia del Valle de los Caídos, publicada en 1976, se erige como un monumento literario tan imponente como el que describe. No es un libro fácil de clasificar: a medio camino entre la crónica periodística y la investigación histórica, es un grito contra el olvido y una ventana a las vidas silenciadas por el régimen franquista. Sueiro, con su don para dar voz a los que no la tienen, construyó esta obra a partir de decenas de entrevistas con los protagonistas de la construcción del Valle: arquitectos que soñaron con grandezas, escultores que tallaron piedra y memoria, obreros libres que sudaron bajo el sol de Cuelgamuros, y presos políticos que, con cadenas en los tobillos, redimieron penas al costo de su salud y sus vidas. El resultado es un relato que no solo documenta la génesis de uno de los símbolos más controvertidos de España, sino que lo humaniza, lo despoja de su aura mítica para mostrarlo como lo que fue: un proyecto faraónico nacido del ansia de Francisco Franco por perpetuarse en la posteridad.
Imaginemos por un momento los riscos de la sierra de Guadarrama en 1940, un año después del fin de la Guerra Civil. Allí, entre el polvo y la roca, Franco decretó la creación de un mausoleo que honraría a los “caídos por Dios y por España”, una frase que resonaba con la victoria de los nacionales y el desprecio hacia los vencidos. Sueiro nos lleva de la mano por los pasillos de esta historia, desde las primeras ideas esbozadas por el arquitecto Pedro Muguruza hasta los planos finales de Diego Méndez, quien dio forma a la basílica subterránea que horada la montaña. Pero el libro no se queda en los despachos de los poderosos; desciende a las canteras, donde los picos golpeaban la piedra y el silbido del viento se mezclaba con los lamentos de los trabajadores. Entre ellos estaban los presos republicanos, hombres condenados a expiar sus “culpas” en un sistema de redención de penas que les ofrecía una mísera paga a cambio de arriesgar sus pulmones al polvo de sílice. Muchos murieron jóvenes, víctimas de la silicosis, una enfermedad que Sueiro describe con una mezcla de rigor y compasión que estremece.
El relato se enriquece con las voces de quienes vivieron el Valle desde dentro. Está el escultor Juan de Ávalos, cuyas figuras colosales custodian la entrada, un artista atrapado entre su genio y las demandas del régimen. Están los obreros libres, algunos atraídos por la promesa de un salario, otros por la necesidad de sobrevivir en una posguerra hambrienta. Y están los presos, como aquellos que contaron a Sueiro cómo preferían el trabajo en la montaña a la miseria de las cárceles, aunque sabían que cada golpe de pico podía ser una sentencia de muerte. Con un estilo que fluye como un río, el autor entrelaza estas historias personales con datos técnicos —los 260 metros de la cruz, los millones de pesetas invertidos— y análisis críticos que desnudan la arquitectura del franquismo: grandiosa en su escala, vacía en su alma.
Lo más destacado del libro es su capacidad para transformar un monumento de piedra en un espejo de la condición humana. Sueiro no se conforma con narrar los hechos; los disecciona, los pone bajo una luz que revela tanto la ambición desmedida de Franco como la resistencia callada de quienes lo construyeron. Hay momentos que cortan la respiración, como el relato de los traslados masivos de restos a la cripta, un proceso caótico en el que los monjes benedictinos apenas podían registrar los nombres de los muertos —hasta 70.000, según los guías de la época—. Hay también pasajes de una ironía sutil, como cuando describe la frialdad del lugar, un “peregrinaje político-religioso” que no invita a la contemplación sino al desconcierto. Y hay, sobre todo, una pregunta que flota en cada página: ¿qué significa este Valle para una nación que aún no ha cerrado sus heridas?
La verdadera historia del Valle de los Caídos no es solo un libro sobre un monumento; es una meditación sobre el poder, la memoria y el coste humano de las obsesiones. Publicado en los albores de la Transición, cuando España comenzaba a mirarse al espejo tras la muerte de Franco, fue un acto de valentía y un desafío a las narrativas oficiales que buscaban embellecer el pasado. Sueiro, con su prosa precisa y su empatía arrolladora, nos entrega un texto que no envejece, que sigue interpelándonos décadas después. Es una obra que atrapa desde el primer párrafo, no porque recurra a artificios, sino porque encuentra la belleza en la verdad, por cruda que sea. Para quienes buscan entender el alma de España, sus luces y sus sombras, este libro es una puerta que no se puede dejar cerrada. Y en él, Daniel Sueiro se revela no solo como un cronista excepcional, sino como un guía que nos invita a no olvidar, a no dejar que el silencio cubra lo que la historia, con sangre y sudor, escribió en la roca.
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