martes, 25 de febrero de 2025

HISTORIAS DE LAS DOS ESPAÑAS, por SANTOS JULIÁ

  

HISTORIAS DE LAS DOS ESPAÑAS, por SANTOS JULIÁ



En el intrincado mosaico de la historia española del siglo XX, pocas voces han logrado capturar su esencia con la lucidez y la pasión de Santos Juliá, un hombre cuya vida y obra parecen fundirse en un solo propósito: desentrañar los hilos de un pasado que aún resuena en el presente. Nacido en 1940 en Ferrol, una ciudad gallega marcada por el mar y el peso de la tradición naval, Juliá llegó al mundo en un momento de sombras, bajo el yugo de una dictadura que moldearía su curiosidad intelectual. Su infancia transcurrió en Sevilla, una tierra de contrastes donde el sol abrasador y las callejuelas estrechas del barrio de La Palmera fueron testigos de sus primeros pasos hacia el conocimiento. Allí, en el Instituto San Isidoro, comenzó a forjarse su mente inquieta, aunque pronto el seminario local lo acogió, no tanto como un destino religioso definitivo, sino como un puente hacia una búsqueda más profunda. Ordenado sacerdote en su juventud, ejerció brevemente en las humildes Casitas Bajas del Polígono Sur, un rincón olvidado donde la pobreza y la fe convivían en frágil equilibrio. Sin embargo, el alzacuello no pudo contener su espíritu libre; colgó los hábitos para abrazar una vocación que lo llevaría a las aulas y las bibliotecas, donde encontró su verdadero púlpito.

Formado en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, Juliá se doctoró con una tenacidad que lo distinguió entre sus pares. Su periplo académico lo llevó a la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), donde se convirtió en catedrático y director del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Político, un título que apenas refleja la magnitud de su influencia. Sevilla nunca lo abandonó del todo —se declaraba sevillano de corazón, enamorado del flamenco y la vitalidad andaluza—, pero su mirada se proyectó más allá, hacia París, Stanford y los grandes centros del saber mundial. En 1974, una beca Fulbright lo catapultó a la Hoover Institution, donde pulió su oficio de historiador entre archivos y debates transatlánticos. Autor prolífico, sus plumas danzaron sobre temas tan diversos como la vida de Manuel Azaña, los socialistas en la política española o la violencia de la Guerra Civil, pero fue con Historias de las dos Españas, publicada en 2004, cuando alcanzó la cima de su arte, un logro coronado con el Premio Nacional de Historia en 2005. Hasta su muerte en 2019 en Majadahonda, a los 79 años, Juliá dejó un legado que no solo documenta, sino que interpela, un eco de su vida marcada por la resistencia al dogma y la búsqueda de la verdad.

Historias de las dos Españas no es un libro común; es una sinfonía de ideas, un lienzo donde se pintan los sueños, las luchas y las contradicciones de un país que parece condenado a mirarse en un espejo roto. Santos Juliá toma una frase de Ortega y Gasset —“Dos Españas, señores, están trabadas en una lucha incesante”— y la convierte en el compás que guía esta obra maestra. No se trata de una crónica lineal de batallas o reyes, sino de un viaje por las mentes que imaginaron España, desde los albores del siglo XIX hasta las cenizas del franquismo. Imaginemos a Mariano José de Larra, pluma afilada y corazón apesadumbrado, lamentando la decadencia de una nación que no logra despertar; o a los noventayochistas, con Unamuno a la cabeza, declarando muerta a una España que solo existe en sus nostalgias. Juliá nos lleva por estos senderos con una prosa que no solo informa, sino que seduce, tejiendo un relato coral donde cada voz —liberal, conservadora, fascista, republicana— añade una nota al caos armonioso de la historia.

El libro arranca en los días tumultuosos de la revolución liberal, cuando los primeros escritores públicos, testigos de las Cortes de Cádiz, soñaron con una España moderna que nunca llegó a cuajar. De allí pasamos al lamento de la Generación del 98, que enterró a la patria en un féretro de palabras, y a los catalanes que, con Prat de la Riba, quisieron resucitar su nación dentro de una “Espanya gran”. La narrativa avanza con las gentes del 14, que hablaron de una España viva bajo la sombra de Ortega, y se quiebra con los jóvenes de la República, cuyas lágrimas regaron el suelo tras la Guerra Civil. Luego vienen los católicos, con su cruzada de reconquista, y los fascistas, que, a orillas del Arlanzón, fantasearon con un imperio unido. Pero Juliá no se detiene en el enfrentamiento; nos lleva al siglo XX, cuando los intelectuales de posguerra, desde los falangistas hasta los demócratas cristianos, comenzaron a cuestionar ese relato dual, abriendo la puerta a una reconciliación que, aunque frágil, marcó el fin de las “dos Españas” como mito inescapable.

Lo más fascinante de esta obra es cómo Juliá desmonta la idea de una España partida en dos como si fuera un destino eterno. Nos muestra que esas “dos Españas” no son una realidad objetiva, sino una construcción cultural, un relato que los intelectuales —de Larra a Maragall, de Maeztu a Ridruejo— inventaron para dar sentido a sus anhelos y frustraciones. Cada capítulo es una ventana a sus mundos: el liberal que clama por progreso, el tradicionalista que añora un pasado glorioso, el republicano que lucha por la justicia, el franquista que exalta la unidad a sangre y fuego. Y en cada página, el autor nos invita a sentir el pulso de esas ideas, a escuchar las voces que chocan como espadas en un duelo sin fin. Hay momentos que cortan el aliento, como cuando describe a los jóvenes de la Transición alzando pancartas por libertad y amnistía, o cuando retrata a los falangistas soñando con una España imperial mientras el país se desangraba.

Lo más destacado del libro es su capacidad para transformar un tema árido —la historia de las ideas— en una aventura emocionante. Juliá no se conforma con analizar; humaniza a sus protagonistas, desde el desasosiego de Unamuno hasta la fe ciega de los católicos de posguerra. Su erudición es deslumbrante, pero nunca abruma; cada dato, cada cita, está al servicio de una narrativa que fluye como un río, arrastrándonos con su corriente. Publicado en un momento en que España aún debatía su identidad tras la dictadura, Historias de las dos Españas se alza como un faro, iluminando no solo el pasado, sino las preguntas que seguimos haciéndonos. ¿Quiénes somos? ¿Qué España queremos? El libro no da respuestas fáciles, pero ofrece algo mejor: una invitación a pensar, a sentir, a entender que nuestra historia es un coro de voces enfrentadas que, juntas, componen una melodía única.

Santos Juliá, con esta obra, no solo ganó un premio; se ganó un lugar entre los grandes narradores de nuestro tiempo. Su vida —de seminarista a historiador, de Ferrol a las aulas del mundo— es el reflejo de un hombre que nunca dejó de buscar, y su libro es la prueba de que encontró algo esencial: que las “dos Españas” no son un destino, sino una historia que podemos reescribir. Para el lector, abrir estas páginas es como entrar en un teatro donde los actores son ideas, los decorados son épocas, y el drama es tan nuestro como el aire que respiramos. Es un libro que no se lee con indiferencia; se vive, se discute, se lleva dentro mucho después de cerrar sus tapas. Así, Historias de las dos Españas se convierte en algo más que un relato histórico: es un espejo, un desafío, una puerta hacia lo que fuimos y lo que aún podemos ser.



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