jueves, 20 de febrero de 2025

LA LEGIÓN, por JOSÉ MILLÁN ASTRAY

  

LA LEGIÓN, por JOSÉ MILLÁN ASTRAY



José Millán Astray y Terreros, una figura controvertida y emblemática de la historia militar española, nació el 5 de julio de 1879 en La Coruña, en el seno de una familia de clase media con inquietudes intelectuales y profesionales. Su padre, José Millán Astray, era un destacado abogado y escritor que ocupó cargos relevantes en el ámbito penitenciario, llegando a ser director de la Cárcel Modelo de Madrid, mientras que su madre, Pilar Terreros, le inculcó una educación marcada por valores tradicionales. Desde muy joven, Millán Astray mostró una inclinación decidida hacia la carrera militar, un camino que contrastaba con los deseos de su padre, quien prefería verlo como jurista. Sin embargo, su determinación lo llevó a ingresar a los 14 años en la Academia de Infantería de Toledo en 1894, un paso que marcó el inicio de una vida dedicada al ejército y a la acción bélica. Apenas dos años después, con tan solo 16 años, salió como segundo teniente, destacándose por su precoz valentía y su arrojo en el combate.

Su primera experiencia significativa en el campo de batalla tuvo lugar en Filipinas, donde llegó en 1896 para enfrentarse a la sublevación tagala contra el dominio español. Allí, con apenas 17 años, demostró un coraje excepcional al defender con un pequeño grupo de soldados un convento en San Rafael, Papanga, frente a un ataque masivo de insurrectos. Esta hazaña le valió su primera condecoración, la Cruz de María Cristina, y un ascenso a teniente, consolidando su reputación como un militar audaz y prometedor. Tras su regreso a España en 1897, Millán Astray continuó su formación en la Escuela Superior de Guerra, donde obtuvo el diploma de Estado Mayor en 1909, un logro que reflejaba su dedicación a perfeccionar tanto sus habilidades tácticas como estratégicas. Durante estos años de relativa calma, también sirvió en diversos destinos, desde Burgos hasta la frontera hispano-francesa, donde participó en la elaboración de mapas como parte de una comisión binacional.

El verdadero tournant en la vida de Millán Astray llegó con su traslado al Protectorado Español en Marruecos, un territorio convulso donde España luchaba por mantener su influencia frente a las rebeliones rifeñas. Su experiencia en África, iniciada en 1912, moldeó profundamente su carácter y su visión militar. Consciente de las limitaciones de enviar soldados de reemplazo jóvenes e inexpertos a un conflicto tan brutal, comenzó a gestar la idea de crear una fuerza profesional inspirada en la Legión Extranjera francesa, un cuerpo que había observado de cerca durante una comisión en Argelia en 1919. Esta inspiración, combinada con su admiración por el bushido japonés y el espíritu de los antiguos Tercios de Flandes, lo llevó a fundar el Tercio de Extranjeros en 1920, rebautizado más tarde como La Legión Española. Bajo su mando, esta unidad se convirtió en un símbolo de disciplina, sacrificio y fervor patriótico, características que él mismo encarnaba y transmitía a sus legionarios.

La carrera de Millán Astray en Marruecos no estuvo exenta de sacrificios personales. En 1921, durante la toma de las Tetas de Nador, recibió una herida en el pecho; en 1922, un disparo en la pierna lo dejó cojo; en 1924, una bala le destrozó el brazo izquierdo, que fue amputado tras declararse gangrena; y en 1926, un impacto en el rostro le arrancó el ojo derecho, dejándole desfigurado. Estas mutilaciones, lejos de apartarlo del combate, reforzaron su imagen como un líder dispuesto a darlo todo por sus ideales, ganándose el apodo de “El Glorioso Mutilado”. Ascendido a general de brigada en 1927, tuvo que dejar el mando directo de La Legión, aunque su vínculo con ella permaneció indisoluble. Durante la Guerra Civil Española, se alineó con el bando sublevado y asumió el rol de jefe de prensa y propaganda bajo Francisco Franco, a quien admiraba profundamente. Su célebre enfrentamiento con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1936, donde se le atribuye el grito de “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, marcó su imagen pública como un defensor apasionado —y para muchos, irracional— de los valores militares sobre los intelectuales. Tras la guerra, ocupó cargos simbólicos como procurador en las Cortes franquistas y director del Cuerpo de Caballeros Mutilados de Guerra, hasta su muerte el 1 de enero de 1954 en Madrid, donde fue enterrado con honores en el Cementerio de la Almudena.

El libro La Legión, escrito por José Millán Astray y publicado en 1922, no es solo un relato histórico o una crónica militar, sino una obra impregnada de pasión, mística y una visión personalísima del autor sobre el cuerpo que él mismo creó. A lo largo de sus páginas, Millán Astray ofrece una narrativa que combina el fervor patriótico, el análisis táctico y una exaltación casi poética de los valores legionarios, haciendo de este texto una pieza clave para entender tanto su pensamiento como el espíritu que quiso infundir en La Legión Española. La obra comienza con un prólogo en el que el autor establece su intención: no solo documentar la génesis y los primeros pasos del Tercio de Extranjeros, sino también transmitir la esencia de una unidad que, en sus propias palabras, nació para “servir a España” y “morir por ella si fuera necesario”. Este tono épico y sacrificial marca el ritmo de todo el libro, invitando al lector a sumergirse en un mundo donde el honor, la camaradería y el desprecio por el peligro son las piedras angulares.

El relato arranca con un recorrido por los antecedentes que llevaron a la creación de La Legión. Millán Astray describe cómo su experiencia en Filipinas y Marruecos, junto con su estudio de la Legión Extranjera francesa, le inspiraron para proponer una unidad de voluntarios que aliviara la presión sobre los soldados de reemplazo y enfrentara con eficacia la guerra colonial. Detalla su viaje a Argelia en 1919, donde observó el funcionamiento de la legión francesa, y cómo, tras presentar su informe al Ministerio de la Guerra, logró el respaldo del rey Alfonso XIII y del general Dámaso Berenguer para materializar su visión. El Real Decreto del 28 de enero de 1920, que oficializó la fundación del Tercio de Extranjeros, es presentado como un hito no solo militar, sino casi existencial, un momento en el que España recuperaba su capacidad de responder a los desafíos del Protectorado con una fuerza moderna y decidida.

A continuación, el libro se adentra en los primeros pasos de La Legión, desde el reclutamiento hasta las primeras operaciones en el Rif. Millán Astray narra con entusiasmo cómo los banderines de enganche en ciudades como Madrid, Barcelona, Zaragoza y Valencia atrajeron a cientos de voluntarios, muchos de ellos extranjeros, pero también españoles movidos por el patriotismo o la necesidad económica. Describe al primer legionario, Marcelo Villebal Gaitán, alistado el 20 de septiembre de 1920 en Ceuta, como el símbolo de un nuevo comienzo. Con un estilo vívido, relata las condiciones de vida en los campamentos, los entrenamientos agotadores y la forja de una identidad colectiva basada en el “Credo Legionario”, un código moral que él mismo redactó y que incluye preceptos como el culto a la muerte heroica, la disciplina absoluta y el espíritu de sacrificio. Este credo, inspirado en el bushido y en la tradición militar española, se convierte en el alma del libro y de la propia Legión, un faro ético que Millán Astray defiende con vehemencia.

El texto también dedica espacio a las operaciones iniciales en Marruecos, donde La Legión comenzó a ganarse su reputación de unidad de choque implacable. Millán Astray cuenta con detalle episodios como la campaña de Melilla tras el Desastre de Annual en 1921, cuando sus legionarios fueron enviados a contener el avance rifeño liderado por Abd el-Krim. Describe combates como el de Taxuda o el de Dar Hamed, donde los legionarios, bajo su mando y el de oficiales como Francisco Franco, demostraron una bravura que pronto trascendió fronteras. No escatima en elogios hacia sus hombres, a quienes presenta como “caballeros de la muerte”, capaces de cargar contra el enemigo con una mezcla de furia y devoción. Sin embargo, también aborda las duras realidades del conflicto: las bajas, las heridas —incluidas las suyas propias— y el desgaste físico y emocional de una guerra sin tregua. Estas descripciones no buscan compasión, sino reforzar la idea de que el sufrimiento es un precio necesario por la gloria y el servicio a la patria.

Uno de los aspectos más destacados del libro es la relación personal que Millán Astray establece con sus legionarios. A lo largo de los capítulos, se percibe su orgullo por haber creado un cuerpo que no solo era una herramienta militar, sino una hermandad unida por lazos de sangre y lealtad. Relata anécdotas de valentía individual, como la de legionarios que se ofrecían voluntarios para misiones suicidas, y exalta la diversidad de sus filas, que incluían desde aventureros extranjeros hasta marginados sociales redimidos por el uniforme. Esta mezcla, sostiene, dotó a La Legión de un carácter único, una fuerza que combinaba la disciplina castrense con un espíritu casi romántico de redención y heroicidad. Además, dedica pasajes a figuras clave como Franco, a quien describe como un líder nato y un compañero inseparable en la forja de la unidad, revelando la profunda admiración que sentía por él.

El libro no omite los aspectos organizativos y logísticos, ofreciendo al lector una visión didáctica de cómo se estructuró el Tercio. Millán Astray explica la división en banderas, las tácticas de combate adaptadas al terreno montañoso del Rif y el uso de uniformes y símbolos —como el gorro legionario o el lema “¡A mí la Legión!”— que reforzaban la cohesión del grupo. También aborda las dificultades iniciales, como la resistencia de algunos mandos a su proyecto o los problemas de financiación, pero siempre con un tono optimista que subraya su fe en la viabilidad de su creación. Esta combinación de narrativa épica y detalle práctico hace de La Legión una obra tanto inspiradora como instructiva, destinada no solo a ensalzar a los legionarios, sino a justificar su existencia ante quienes dudaban de su utilidad.

Hacia el final, Millán Astray reflexiona sobre el impacto de La Legión en el panorama militar español y su proyección futura. Ve en ella una respuesta a la crisis del ejército tras el Desastre del 98 y una herramienta para restaurar el prestigio de España como potencia colonial. Aunque el libro se publicó en 1922, antes de sus heridas más graves y de su ascenso a general, ya deja entrever su ambición de que la unidad perdure como un legado eterno. Concluye con un llamamiento a la juventud española para que abrace los valores legionarios y con una defensa apasionada de la guerra como un medio de forjar el carácter nacional, una visión que, aunque controvertida, refleja fielmente su ideología.

En términos literarios, La Legión no es una obra de gran sofisticación estilística, pero su fuerza radica en la autenticidad y el fervor de su autor. Millán Astray escribe con un lenguaje directo, a veces grandilocuente, que busca emocionar y convencer. Las descripciones de los combates son crudas y vibrantes, mientras que los pasajes sobre el espíritu legionario destilan una mezcla de romanticismo militar y misticismo que puede resultar tanto fascinante como perturbadora para el lector moderno. La obra es, en esencia, un testimonio de su tiempo: un reflejo de las tensiones de la España de principios del siglo XX, marcada por la pérdida imperial, el conflicto colonial y la búsqueda de una identidad nacional renovada.

Para el lector actual, La Legión ofrece una ventana a la mente de un hombre complejo, un militar que veía la guerra como un arte y el sacrificio como una virtud suprema. Es también un documento histórico invaluable sobre los orígenes de una de las unidades más icónicas del ejército español, cuya influencia perdura hasta hoy. A través de sus páginas, Millán Astray no solo narra la creación de La Legión, sino que se retrata a sí mismo como su alma y su guía, un líder dispuesto a dar su cuerpo y su vida por un ideal que, para bien o para mal, dejó una huella imborrable en la historia de España.





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