TRES DÍAS DE JULIO, por LUIS ROMERO
Luis Romero fue un narrador excepcional con una mirada aguda sobre los momentos más convulsos del siglo XX español. Nació en Barcelona en 1916, ciudad que fue testigo de algunas de las transformaciones más dramáticas de la historia reciente, y en cuyo tejido social y político se forjaron muchas de sus inquietudes intelectuales. Aunque estudió Peritaje Mercantil, su auténtica vocación fue siempre la escritura. Su experiencia directa en la Guerra Civil Española, primero como preso en el castillo de Montjuïc y más tarde como combatiente en la División Azul durante la Segunda Guerra Mundial, marcaría profundamente su visión del conflicto y su posterior producción literaria. Fue un hombre que no se conformó con mirar los acontecimientos desde la distancia, sino que los vivió en carne propia, lo que dota a su obra de una intensidad y un realismo difíciles de igualar.
Ganador del Premio Nadal en 1951 por La noria, el Premio Planeta en 1963 por El cacique y el Premio Ramon Llull en 1991 por Castell de cartes, Romero no fue un autor de un solo registro. Cultivó la novela, el ensayo histórico, la biografía, el reportaje literario, e incluso la poesía. Sin embargo, su legado más duradero probablemente resida en su capacidad para iluminar con objetividad, precisión y sobriedad los momentos más oscuros de la historia española, lejos del fanatismo, el sensacionalismo o el juicio sumario. En su amplia trayectoria, uno de sus libros más relevantes es sin duda Tres días de julio, un texto clave para comprender los prolegómenos de la Guerra Civil Española.
Publicado originalmente en 1967 y reeditado décadas después, Tres días de julio se centra en el breve, pero determinante, periodo que antecede al estallido de la Guerra Civil en 1936. Con un estilo depurado, directo y narrativamente poderoso, Luis Romero disecciona las últimas jornadas de la Segunda República, esos días en los que el país se debatía entre el orden y el caos, entre la ley institucional y el levantamiento militar que finalmente derivaría en una guerra sangrienta y fratricida. El título no es casual: en esas tres jornadas se gestaron las decisiones, omisiones y actos definitivos que cambiaron el curso de la historia.
Romero construye una crónica coral y vertiginosa. A partir de una investigación meticulosa que incluyó entrevistas a supervivientes de ambos bandos, documentación oficial y hemerografía, el autor hilvana un relato en el que conviven ministros dubitativos, generales decididos, civiles sorprendidos, y una sociedad dividida y angustiada. La suya no es una reconstrucción épica, sino una narrativa impregnada de la tensión moral y política de quienes no sabían aún si estaban a punto de cruzar un abismo sin retorno. Uno de los mayores aciertos del libro es mostrar que la Guerra Civil no estalló como una tormenta repentina, sino como una tragedia anunciada, compuesta por pequeñas decisiones, por silencios cómplices, por señales ignoradas.
Más que un libro de historia, Tres días de julio es una inmersión en la psicología colectiva de una nación en vilo. Romero se aleja de la interpretación ideológica de los hechos para enfocarse en las personas, en cómo vivieron esas horas decisivas quienes tuvieron el poder de actuar y también quienes fueron arrastrados por el curso de los acontecimientos. El libro se erige así como una lección de humanidad, una advertencia para las generaciones futuras: las guerras no son accidentes inevitables, sino consecuencias evitables de la ceguera, el odio y la falta de diálogo.
El propio autor admite que la verdad es difícil de atrapar, porque los recuerdos son frágiles, porque los testimonios se contradicen, porque cada bando construyó su propia narrativa. Pero esa conciencia de la dificultad es precisamente lo que da valor a su intento. Lejos de imponer una versión, Romero ofrece una aproximación honesta, rica en matices, donde el lector puede reflexionar, entender y formarse su propio juicio. La neutralidad del autor no es sinónimo de tibieza, sino de compromiso con la verdad y el entendimiento.
Entre las frases más memorables del libro, hay varias que resumen su espíritu. “Los muertos no hablan. Luis Romero trata de encontrar la verdad entrevistando a supervivientes de ambos bandos” es una de ellas. Con ella se expresa la dificultad de reconstruir un pasado que se ha convertido en ruina, que ha perdido muchas de sus voces, y que solo puede revivirse mediante los recuerdos y los documentos que aún perduran.
Otra cita clave dice: “Una verdad que el mismo autor reconoce ‘es de suyo escurridiza, subjetiva, cambiante y plural’”. Aquí Romero demuestra su madurez intelectual. No intenta monopolizar la verdad, sino señalar su complejidad. El pasado no es un monolito, sino una constelación de relatos, y su labor consiste en ponerlos en diálogo.
Y finalmente, destaca esta reflexión: “Esta edición definitiva no tiene como objetivo a los nostálgicos de uno u otro bando, sino a los millones de jóvenes que no conocen los horrores de la guerra”. Esta declaración de intenciones resume el tono pedagógico del libro. Tres días de julio no es una exaltación del pasado, sino una advertencia para el presente. La historia no se estudia para alimentar rencores, sino para evitar errores.
En definitiva, Tres días de julio es mucho más que un documento histórico. Es una obra viva, vibrante, una meditación lúcida sobre la responsabilidad individual y colectiva ante el destino de una nación. Luis Romero nos enseña que la historia no está escrita en piedra, que siempre se puede actuar, pero también que las consecuencias de no hacerlo pueden ser irreversibles. Su libro es un faro encendido sobre las ruinas del siglo XX, una invitación a mirar con inteligencia crítica y compasión hacia nuestro pasado. Leerlo no solo es un acto de memoria, sino también un ejercicio de ciudadanía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario