domingo, 8 de junio de 2025

LA SANGRE EVOCADA. PROPUESTA DE SIMBOLOGÍA PICTÓRICA, por ERIKA ESPINOSA DE LOSMONTEROS DÍAZ

  


LA SANGRE EVOCADA. PROPUESTA DE SIMBOLOGÍA PICTÓRICA, por ERIKA ESPINOSA DE LOSMONTEROS DÍAZ


Erika Espinosa de los Monteros Díaz es una creadora cuya obra se despliega en los cruces entre la teoría y la expresión plástica. Formada en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, Erika ha construido un perfil erudito y sensible que se distingue por su aguda capacidad para vincular el pensamiento simbólico con el arte pictórico. Su formación académica rigurosa le permitió desarrollar una visión singular sobre la pintura, especialmente en su relación con los elementos fundamentales del cuerpo humano y su proyección cultural. No solo ha indagado desde la teoría, sino que ha llevado esa reflexión al plano de la imagen, explorando formas de representación que no se limitan a lo técnico, sino que expanden los sentidos desde lo biológico hasta lo espiritual. Su vida académica ha estado dedicada tanto a la investigación como a la enseñanza, labor que ejerce actualmente en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla. Con una mirada aguda sobre el arte como lenguaje ritual y una comprensión profunda del cuerpo como territorio simbólico, Erika ha cultivado un discurso de gran sofisticación intelectual que interpela tanto a creadores como a teóricos.


El libro La sangre evocada. Propuesta de simbología pictórica es una obra que desafía los límites tradicionales del ensayo artístico. Su contenido parte de una pregunta tan simple como desbordante: ¿qué significa la sangre más allá de su función fisiológica?, y de ahí, despliega una investigación que se convierte en viaje interior, rito ancestral y propuesta visual. La autora plantea un recorrido por el universo simbólico de la sangre, no como mera sustancia vital, sino como signo poderoso de pertenencia, memoria, sacrificio y transmisión. Desde las primeras páginas, se percibe un tratamiento meticuloso del lenguaje, al servicio de una idea matriz: la sangre es símbolo dinámico, capaz de ser traducido en imagen con una densidad conceptual que va más allá del arte figurativo.


El texto avanza entre capas: en una primera, aborda la sangre desde su presencia biológica y social. Habla de la menstruación, del parto, de los linajes familiares, de los vínculos que se tejen a través de la sangre compartida. Cada uno de estos aspectos no se presenta como dato frío, sino como expresión de un imaginario que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. La autora señala cómo, a lo largo de la historia, la sangre ha sido objeto de tabú, de reverencia, de miedo, de poder. En culturas diversas se le ha otorgado un papel central en los ritos de paso, en los sacrificios, en la medicina tradicional. La sangre delimita y une, mancha y consagra, expulsa y conecta. Estas tensiones se abordan desde una perspectiva compleja, sin esquematismos, y se traducen en reflexiones sobre el cuerpo como superficie ritual y política.


En su desarrollo, Erika pone en diálogo saberes que normalmente no coexisten. Por un lado, recurre a la fisiología, describiendo el recorrido sanguíneo y su impacto en el organismo; por otro, introduce autores como Galeno o Jung para explorar cómo el pensamiento occidental ha intentado domesticar este fluido en discursos médicos, religiosos o estéticos. También aparece la pintura contemporánea como campo de experimentación simbólica. La autora analiza, por ejemplo, la obra de Arturo Rivera, cuyas representaciones del cuerpo revelan una crudeza que no busca el escándalo, sino la posibilidad de transmutar lo orgánico en imagen arquetípica. En este cruce, la sangre deja de ser un objeto para convertirse en metáfora, en relato visual que interpela los miedos y deseos más antiguos.


El corazón del libro reside en su propuesta final: una simbología pictórica de la sangre. Aquí, Erika no solo teoriza, sino que se lanza a construir un lenguaje visual que reinterprete lo ritual desde lo plástico. Plantea el uso del color, la textura, el trazo y la disposición del espacio pictórico como medios para encarnar la ambivalencia de la sangre: su capacidad para significar vida y muerte, herida y origen, violencia y pertenencia. La obra se vuelve así una poética del rojo, una gramática del dolor y la fecundidad que puede ser expresada con imágenes. Lejos de limitarse a ilustrar lo que ya se sabe, la propuesta invita a una reflexión activa del espectador: cada obra inspirada en esta simbología no solo comunica, sino que convoca, interroga y transforma.


Una de las citas más poderosas del libro surge cuando se establece la diferencia entre símbolo y alegoría. Erika retoma el pensamiento de Carl Jung para decir: “El símbolo se diferencia de la alegoría en tanto que esta última resulta mecanización del símbolo, su rigidez lo vuelve signo muerto; el símbolo, en cambio, es imagen viva en constante transformación”. Esta frase condensa el impulso central del libro: devolver a la sangre su fuerza simbólica primigenia, no como representación estática, sino como energía que fluye entre significados. En otra parte, escribe que “la sangre es emblema de importancia capital, portadora de la identidad en un sentido amplio de pertenencia y colocación ante un entorno”. Esta afirmación da cuenta de cómo la autora entiende la sangre no solo como fluido vital, sino como mapa afectivo y social. La pintura, entonces, se convierte en medio para reconfigurar esas identidades que brotan desde la carne.


Lo que distingue a La sangre evocada de otros ensayos sobre arte o simbolismo es su capacidad para activar una lectura que no es solo intelectual, sino sensorial. Cada página parece querer respirar, latir, sangrar. Erika logra que el lector no solo comprenda los conceptos, sino que los sienta. La lectura se transforma en experiencia y la pintura en ceremonia. No es un tratado cerrado, sino una invitación a pensar con el cuerpo, a mirar con la piel. Esta obra exige atención y entrega, pero recompensa con una revelación: que el arte puede ser lenguaje ancestral y profecía futura al mismo tiempo. La sangre, como imagen, ya no está sujeta al trauma o al tabú; se convierte, por obra de la autora, en canal para recordar que lo humano —cuando se piensa con profundidad— siempre está hecho de símbolos vivos, de heridas abiertas que hablan, de colores que piensan.


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