lunes, 2 de junio de 2025

LA REINA VICTORIA, por LYTTON STRACHEY

  


LA REINA VICTORIA, por LYTTON STRACHEY



Lytton Strachey nació en Londres en 1880, en el seno de una familia numerosa y de clase media alta, hijo de un militar y una activa sufragista. Desde niño se educó en un ambiente culto y liberal, lo que marcó su carácter independiente y su inclinación por el pensamiento crítico. Tras una primera formación en casa, estudió Historia en Liverpool y luego Literatura Francesa en el prestigioso Trinity College de Cambridge, donde se integró en el grupo de los Apóstoles, un círculo de jóvenes intelectuales que más tarde daría origen al famoso Círculo de Bloomsbury. En este entorno, Strachey trabó amistad con figuras como Virginia Woolf, John Maynard Keynes y Leonard Woolf, y compartió una intensa relación personal con la pintora Dora Carrington. Su vida estuvo marcada por la ironía, el pacifismo y una actitud irreverente hacia las convenciones victorianas, así como por su homosexualidad, vivida con discreción pero sin ocultamiento. Strachey se consagró como crítico literario y, sobre todo, como renovador del género biográfico: su estilo, lejos de la solemnidad tradicional, es agudo, irónico y profundamente humano, capaz de revelar las contradicciones y debilidades de sus personajes. Entre sus obras más célebres figuran Victorianos eminentes, Isabel y Essex y, por supuesto, La reina Victoria, publicada en 1921. Falleció en 1932, dejando una huella indeleble en la literatura inglesa y en la manera de entender la biografía moderna.

La reina Victoria es mucho más que una simple crónica de la vida de la monarca que dio nombre a toda una época. Strachey, con su inconfundible estilo, construye un retrato fascinante y lleno de matices de una mujer que, desde su ascenso al trono con apenas dieciocho años, se convirtió en el símbolo viviente de la estabilidad, la moral y el poder del Imperio Británico. Pero lejos de la hagiografía, el autor se adentra en la intimidad y las contradicciones de Victoria, mostrando sus miedos, sus pasiones y su evolución personal a lo largo de un reinado que abarcó más de sesenta años. El libro arranca con la infancia de la reina, marcada por la rigidez de su madre y la influencia de sus tutores, y sigue con su inesperada llegada al trono, su matrimonio con el príncipe Alberto y la intensa relación de dependencia y admiración que mantuvo con él. Strachey describe con agudeza la transformación de Victoria tras la muerte de Alberto, cuando la monarca, sumida en el luto, se aparta de la vida pública y se rodea de personajes excéntricos como el sirviente escocés John Brown. Sin embargo, lejos de retratarla como una figura estática, el autor muestra cómo Victoria supo adaptarse a los cambios de su tiempo, enfrentándose a las crisis políticas, a la expansión del imperio y a la evolución de la sociedad británica.

El gran mérito de Strachey reside en su capacidad para combinar el rigor histórico con una ironía sutil y un profundo sentido de la humanidad. La reina Victoria aparece aquí como una mujer compleja, a menudo contradictoria, capaz de grandes gestos de autoridad pero también de ternura y vulnerabilidad. El libro está lleno de episodios memorables: la relación con su esposo, la rivalidad con sus ministros, las tensiones familiares y las anécdotas que revelan tanto la grandeza como las debilidades de la soberana. Strachey no se limita a describir los hechos, sino que los interpreta, los ilumina con su aguda inteligencia y los convierte en escenas vivas, casi teatrales, que atrapan al lector desde la primera página. La obra es también una crítica sutil a la hipocresía y las rigideces de la moral victoriana, desmontando con elegancia los mitos de la época y mostrando el lado humano de quienes la protagonizaron.

Entre las citas más destacadas de La reina Victoria, una de las más célebres es: “La reina era, en muchos aspectos, una mujer ordinaria, pero el destino la había colocado en una posición extraordinaria.” Esta frase resume la paradoja central del personaje: una mujer de gustos sencillos y emociones intensas, convertida en el eje de un imperio y en el espejo de su tiempo. Otra cita significativa es: “El príncipe Alberto fue el único hombre que logró dominarla por completo, y su muerte dejó un vacío que nadie pudo llenar.” Aquí Strachey señala la importancia decisiva de la relación con Alberto en la vida de Victoria, tanto en su desarrollo personal como en su papel político. Finalmente, cuando escribe: “La corte victoriana era un escenario donde la comedia y la tragedia se representaban a partes iguales,” el autor revela su visión de la historia como un teatro de pasiones y contradicciones, donde los grandes personajes son, ante todo, seres humanos.

Estas frases, lejos de ser simples adornos, condensan la mirada irónica y compasiva de Strachey, su capacidad para descubrir la humanidad detrás de la pompa y el protocolo. La reina Victoria es, en suma, una biografía que se lee como una novela, una lección magistral de historia y literatura, y un retrato inolvidable de una mujer y una época que siguen fascinando al mundo. La obra de Strachey no solo nos acerca a la figura de la reina, sino que nos invita a reflexionar sobre el poder, la fama y la condición humana, con una inteligencia y una elegancia que no han perdido un ápice de actualidad.



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