MEMORIAS DEL ORATORIO, por SAN JUAN BOSCO
San Juan Bosco, nacido en 1815 en una humilde aldea piamontesa llamada I Becchi, cerca de Castelnuovo d’Asti, emergió de la pobreza para convertirse en uno de los grandes educadores y santos del siglo XIX. Hijo de campesinos, perdió a su padre a los dos años, y fue su madre, Margarita Occhiena, quien con fe inquebrantable y sabiduría práctica forjó su carácter. Desde niño, Juan mostró una chispa singular: organizaba juegos para sus amigos, mezclándolos con oraciones, y soñaba con una misión que, según un sueño a los nueve años, lo llevaría a transformar lobos en corderos. Ordenado sacerdote en 1841, dedicó su vida a los jóvenes marginados de Turín, una ciudad sacudida por la Revolución Industrial. Fundador de la Congregación Salesiana y del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, su sistema preventivo, basado en la razón, la religión y el amor, revolucionó la pedagogía. Canonizado en 1934, su legado perdura en miles de escuelas y oratorios en todo el mundo. Escritor prolífico, dejó textos que destilan su corazón pastoral, siendo las Memorias del Oratorio su relato más personal.
Las Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales, escritas entre 1873 y 1875 por mandato del papa Pío IX, son un testimonio vibrante de la vida y la misión de Don Bosco, narradas con la humildad de quien ve la mano de Dios en cada paso. El libro, concebido como un legado privado para sus salesianos y publicado póstumamente en 1946, abarca desde su infancia hasta 1855, cuando su obra comenzaba a tomar forma. No es una autobiografía convencional, sino una crónica íntima que entrelaza recuerdos, sueños y reflexiones pedagógicas. Don Bosco nos lleva a su niñez, donde, entre campos y privaciones, aprendió a ganarse a los chicos con acrobacias y cuentos que siempre acababan en una plegaria. Con un estilo sencillo pero magnético, describe su llegada a Turín, donde el espectáculo de jóvenes abandonados en cárceles y calles lo impulsó a crear el Oratorio: un refugio que era patio para jugar, escuela para aprender y templo para rezar.
La narrativa avanza con episodios que parecen sacados de una novela de aventuras. Vemos a un joven sacerdote enfrentándose a la hostilidad de quienes veían en su tropel de chicos una molestia, mudando su oratorio de un lugar a otro hasta encontrar un hogar en Valdocco. Allí, con la ayuda de su madre, Mamá Margarita, transformó un cobertizo en el corazón de una obra que cambiaría vidas. Relata su encuentro con Bartolomé Garelli, un muchacho analfabeto que marcó el inicio formal del Oratorio en 1841, y cómo, con paciencia y afecto, convirtió a pilluelos en aprendices de oficios y hombres de fe. Los sueños proféticos, como el de los nueve años, impregnan el texto de un misticismo que no abruma, sino que fascina, mostrando a un hombre guiado por una certeza sobrenatural. Cada capítulo destila su filosofía: educar no es reprimir, sino acompañar, ganándose el corazón de los jóvenes con bondad.
Lo que hace adictivo este libro es su capacidad para convertir lo cotidiano en épico. Don Bosco escribe con la viveza de un narrador que sabe capturar la atención, como cuando entretenía a sus chicos con historias. No se jacta de sus logros; al contrario, se presenta como un instrumento de una misión mayor, lo que hace su relato profundamente humano. Publicado con ediciones modernas que respetan su manuscrito original, como la de Editorial CCS, las Memorias no solo revelan al santo, sino al hombre: un soñador incansable que, en medio de la miseria, vio en cada joven una chispa divina. Leer estas páginas es caminar con él por las calles de Turín, sentir el bullicio de su patio y comprender que su obra, aún hoy, sigue transformando lobos en corderos.
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